jueves, marzo 30, 2006

Feliz

BRUNO MARCOS
De pronto, un día, te sientes feliz, nada te duele, el alma y el cuerpo anestesiados, acaso un leve escozor en la garganta por tener que gritar para que, por encima de sus risas, te escuchen los muchachos. En el fondo, ellos te quieren y tú les quieres. Hay mucha gente a la que amas y que aún vive, está sana, está feliz.
De rondón pasa el cuervo y te lanza su pregunta: “¿Hasta cuándo?”. “¿Qué más da? -le respondes- Estamos aquí y ahora y esta felicidad sencilla, doméstica, un poco ñoña y nada estrafalaria, como de sofá, nos inunda.
Me asomo a la ventana, de fondo un motor, ellos garabatean en sus exámenes las cositas que les he enseñado, de vez en cuando un coche rasga el sonido y se aleja. Un anciano pasa con un niño, contentos, como imagino que sería hace mil, dos mil años o ayer. El amor lo cura todo.

Emitido el 29 de Marzo de 2006 en doble v radio 100.3 fm
Fotografía Juan Carlos Carbajo

miércoles, marzo 29, 2006

Reencuentro

Bruno Marcos
El primer síntoma de que aquello me dolía es que no quería escribir esta hoja del diario. El encuentro fue tan triste que no podía hacer un texto simpático.
Como quien interroga a una novia antigua, después de mucho tiempo, hasta que ella reconoce que le gustabas mucho, así me acerqué yo al Sputnik aceptando su invitación.
Él estaba muy bien, muy contento, muy optimista, pero, cuando vio que me interesaba por lo que le había pasado durante todo este tiempo, me dijo, muy gráficamente, que había estado por el suelo, en la trinchera, en el suelo de la trinchera, fatal, pero que él, desde ahí abajo, sale con más fuerza. Resistir es su consigna.
Me contó de todo, laberintos de las cien mil exposiciones que ha hecho, de performances, contraperformances, revistas escritas, habladas y cantadas, y, al fin, salió lo de que ya lleva quince años. Le respondí que es la mejor galería del mundo y que, en Nueva York, se me acercó V y me susurró que le había extrañado muchísimo no verle en la inauguración del Ovni, que si alguien se merecía estar allí era él y que yo le había contestado que pensaba exactamente lo mismo, que, te gustase o no lo que el Sputnik puso en órbita, el Sputnik es historia, nuestra historia, y el Ovni, lo quiera o no, ha aterrizado aquí.
En un descuido inspeccioné visualmente las estanterías de su despacho. Había, cada poco, entre libros, un archivador de cartón blanco con el nombre de un artista. No encontraba el mío, ¿acaso habría desaparecido? Miré más concienzudamente y allí estaba, en la repisa más alta, en el rincón más inaccesible, de su puño y letra, escrito Bruno Marcos; como si, en el repleto desván que es su cabeza, en el que, de vez en cuando, todo se pone patas arriba, hubiera quedado un pequeño resquicio de recuerdo para mí que le impidió tirarlo.
En cosa de segundos me ofreció de todo: un viaje para restaurar la escultura, una comida –paga el Sputnik- para hablar de mi artículo sobre el Ovni y una exposición en 2007.
Salí muy triste aunque pareciese lo contrario, pese a que los dos estuviéramos bien, felices. Yo le repetía que era más partidario de la decadencia, de dejarlo todo caer y él se resistía, pero, en realidad, él era el nostálgico pues quería traer el pasado al presente, hacerlo real otra vez.

-No lo he olvidado, -añadió ya en la puerta- una vez, ya tarde, nos quedamos solos los tres, tú, ella y yo, y, ¿te acuerdas?, de forma natural, sin más, salió que volviéramos a hacerlo, como entonces, repetir el pasado...
-Pero –dije yo- ahora todo es distinto.

Por un instante pasó por mi mente aquel verano mientras construíamos la escultura. Cuando concluyó se dio la coincidencia de que empezaron las fiestas de la población cercana. Anduvimos toda lo noche por esa fiesta y, en un momento dado, entramos en un local y, sin saber por qué, nos llovió champán, como si de un bautizo pagano se tratara.
Cada cosa que se le ocurría tenía que pasar por la galería, cuando lo único que tenía que haber dicho era: “Somos dos amigos, aunque no expongas aquí, ven a verme.”

domingo, marzo 26, 2006

Títeres

Bruno Marcos
El pequeño títere se afanaba por flotar en su barquichuela mientras tres personas, vestidas de negro, movían su cabeza, sus manos y sus piernas. Una más, en el suelo, bajo un plástico, movía brazos y pies simulando un oleaje brusco.
Por más que uno veía en la sombra todo el artificio no podía sustraerse a que el muñeco vivía de verdad esa aventura. Quizá se debía todo a la milimétrica perfección de sus movimientos, a lo bien que estaba estudiado cada gesto, pero creo que aunque todo hubiese sido un poco más torpe hubiéramos creído igualmente que el pobre manirerito de Pushkin flotaba sobre el mar y no sobre un plástico.
Como el grupo era checoslovaco y además las marionetas no hablaban nos resultó del todo ininteligible la tan simple historia, por lo cual, a la salida hicimos acopio de folletos que nos aclarasen un poco la trama.
Los papeles no despajaban los enigmas de la historia pero a cambio dejaron caer un marcapáginas donde se anuncia: Talleres, próxima convocatoria, Pensar para la polis: abierto/open. “¡Qué cabalístico –pensé-, qué encriptado!¿Qué pensará la gente de eso?”
La última y única vez que salió, antes de esto, algo relacionado conmigo en ese marcapáginas -sería por 1997- ponía: Límites. Bruno Marcos. Era igualmente cabalístico, aquella minúscula notoriedad me costó discusiones surrealistas en las cuales las organizadoras de tal evento se enfadaban porque saliera mi nombre cuando ellas se consideraban tan responsables o más que yo del los tales Límites aunque estos hubieran salido de mi cabeza.
Rumiando esto me acosté meditando sobre el género humano, las ganas que tienen los tramoyistas de salir al centro de la escena y lo invisibles que nos parecen siempre. Todo hombre debe ser un artista para salvarse como decía Beuys, todo hombre debe tener su minuto de gloria como publicaba Warhol, para poder seguir siendo espectador tan ricamente y envejecer en su sillón, o bien para que no lo devoren a uno, pobre muñeco.
La luz directa sobre nuestra cara de títeres no debe durar tanto como para que la pintura se resquebraje y pierda verosimilitud todo el conjunto.
¿Quién, al fin y al cabo, no es títere manejado, en la sombra, por lo divino y por lo humano?

viernes, marzo 24, 2006

Román

Bruno Marcos
Me acuerdo de Román, mi primer amigo minusválido. Huyendo de los malos tratos paternos él y su madre se refugiaron en un ático de mi edificio, subalquilados a una exmodelo que por allí paraba poco. El chiquillo se hizo famoso en el vecindario porque, en las largas ausencias de su madre por trabajo, él se asomaba por la ventana de forma exagerada haciendo temer por su caída.
Su madre me debió echar el ojo y decirle que se hiciera amigo mío, para que, así, estuviese algo cuidado.
El primer día de colegio yo caí de lleno en el patio, con una de esas caídas en las que te queda dolorido hasta el último centímetro del cuerpo. Al final de la mañana, al salir hacia casa, se acercó a mí y me comentó lo fuerte de la caída. Yo me sentí excesivamente observado pero recompensado en que me fuera reconocida la dureza del golpe. Desde entonces siempre estuvo por ahí hasta que nos fuimos. Él ya conocía la soledad, la tenía miedo y era capaz de romper el cristal del balcón si le encerrabas.
Un día no pudimos ir a la escuela porque, en mitad de un paso estrecho, había una barricada. Por la tarde, desde la ventana, veía a unos ir y venir detrás de una ikurriña. Pasaban de derecha a izquierda, daban la vuelta a la esquina y volvían corriendo, tirando la ikurriña y pisoteándola en la escapada. Por la noche se armó gorda. Mi hermana y yo andábamos por la terraza del edificio que estaba construida como un paseo con bancos y parasoles y, sin darnos cuenta, cayó la noche. Todo el mundo salió a los balcones y, alumbrados por la luz amarillenta de las farolas, empezaron a gritar como locos, insultos, amenazas, insultos, más insultos, como una sola voz.
Cuando ya era insoportable nos dio por bajar y nos encontramos a mi madre. Entonces decidió que nos iríamos.
Al día siguiente hubo sol. Bajé con Román a jugar con uno de los regalos excelentes que le hacía su padre para compensar y, muy contento, le dije que nos íbamos. Él se quedó helado. Yo, que aún no era sentimental, no lo entendí, sólo percibí que él se puso triste.

jueves, marzo 23, 2006

¿Volverías?

Bruno Marcos
Llamo a mis padres para saber cómo ven el final de eta y mi madre sentencia algo así como “que con tal de que se acabe... cualquier cosa”. Mi padre, por su parte, se barrunta una mentira colosal, pero me recomienda vivir en ella.
Lo que más me sorprende es que, en medio de todo esto, mi madre se para en seco y me dice: “Aunque se acabe eta yo creo que ya no volvería, ¿tú volverías?” Yo contesto asombrado de que en su cabeza quepa esa pregunta: “¿Pero cómo vamos a volver?”.
Ella habla de una idea mental y no, como yo, de lo real.
Sigo, desde ayer, dándole vueltas a cómo puede hacerse a sí misma aún esa pregunta y pienso que, realmente, lleva quince años diciendo que casi seguro que no volvería.
Hay que pensar que allí están todos sus hermanos, consumiéndose bajo un cielo nublado en su vejez, que allí vio morir a sus padres y nacer a sus hijos, que por esos andurriales mataron a algunos de los amigos de mi padre y que, en un monte de pastores toscos, dejaron atado a mi tío a un árbol después de encañonarle las manos temblorosas de un gudari que quería su vehículo.
¿Acaso no está su vida allí, una parte de ella, exiliada como un cuerpo sólido de recuerdos que la distancia embalsama?
Cuatrocientos kilómetros que fueron haciéndose más grandes, como si fueran mil, dos mil, la otra punta del planeta: el infierno.

Fotografía Juan Carlos Carbajo.

miércoles, marzo 22, 2006

Exiliados

Bruno Marcos
Una historia que empieza para nosotros hace 27 años parece concluir hoy.
Nosotros salimos entre las algaradas y el gas lacrimógeno con el rabo entre las piernas pensando que abandonábamos el paraíso.
Desde el país del mar al país de la nieve. En un camión la casa que durante otros 27 años había montado mi madre. Todo patas arriba: una cama deshecha sobre un televisor, una lámpara debajo de un armario. Y a través de la noche, bajo una lona negra, en cualquier punto del invierno, hacia el exilio.
Quién nos hubiera dicho que, desde el futuro, un emisario del país adonde íbamos, un emisario del país de la nieve, se encaramaría al trono del congreso y declararía que, bajo su reino, la violencia acaba.
Dicen los enmascarados, en medio de esa charlotada de pasamontañas y chapelas, que quieren que termine el conflicto como si el conflicto no hubieran sido, única y solitariamente, ellos.
Tiene algo de dramática esta alegría espontánea, esta fiesta de paz, quizá porque sabemos que, después de la rendición, no pasará como con el sucesor de Hitler, que murió en la horca. Flota la sensación de que no habrá justicia, de que ese sentimiento de supervivientes va estar siempre un poco manchado de sus heces, como aquellos que, sobreviviendo a Auschwitz, nunca más fueron felices e incluso, sintiéndose culpables por seguir viviendo, acabaron luego con sus vidas.

lunes, marzo 20, 2006

Wayne


Bruno Marcos
Ayer estaban emitiendo unas peliculitas de John Wayne. Delgado y ágil, con un extraño sombrero abombado de vaquero, entre destellos y rayones, impartía justicia en un oeste mucho más delicado que el que nosotros conocimos.
Hoy todos muertos, hasta los caballos. ¡Qué extraña arqueología esta del cine! Van las películas volviéndose más blancas como espiritualizándose y los actores aparecen en la plenitud de su belleza.
Una muchacha delicada, exactamente igual de adorable que una muchacha de ahora, se muestra inquieta, nerviosa, porque unos forajidos de teatro con traje mejicano quieren raptarla. El muy indeseable tiene la fineza de referirse al caso llamándolo mi nuevo lance amoroso.
¡Qué tiempos! Al principio te atrae mirar el film como una antigüedad, pero luego vas entrando en la historia y ves que realmente es pura vida, pura pasión la de aquellos actores que empiezan a comerse el mundo.
Todo tan alejado y, de pronto, sale uno sacando agua con un artilugio igual al que tenía mi abuela en el jardín, en la parte civilizada del corral, cultivada con rosas. Uno de esos que eran un grifo por un lado y una manivela por el otro con la cual tú bombeabas el agua. Siempre en la maniobra mañanera me acusaba ella de lavarme como un gato, sólo el centro de la cara.
Tan lejos, tan cerca, el patio de John Wayne en cualquier recóndito rincón del oeste, hace setenta años, y el patio de mi abuela. Seguro que el estado angelical de estas películas se debe a que al celuloide se le cae la emulsión o tal vez, también, a que todos, hasta los caballos, ya están muertos.

sábado, marzo 18, 2006

Volver

Bruno Marcos

En Volver se nos presenta una visión madura de lo que es el mundo de su autor más allá de los efectos, del atrezo general que constituía el mundo almodóvar.
Volver es algo así como su filosofía del mundo, de la vida. Casi de puntillas pasa por las metáforas más válidas del film, por ejemplo, la de ese pueblo manchego donde hay más alto número de viudas y locos de España.
La deseada ausencia de la figura masculina evidencia, en su universo, la concepción de la vida ideal como una fiesta infantil en compañía de tías, hermanas, primas, vecinas y, por supuesto, de la madre. Con desparpajo, así, el asesinato del padre prorroga hasta siempre ese gineceo contento volviendo feliz la viudez o la orfandad. Almodóvar plasma, hasta un extremo inhabitual, el mito de Edipo con la muerte del padre como liberación de todos los valores negativos asociados a lo masculino: la violencia, el maltrato, la seriedad y el aburrimiento.
Matar -simbólica o literariamente- al padre, en ese sentido, debió constituirse en su alegoría como un adiós a la represión y un impulso profundamente vital.
Especialmente conmovedor es el uso que ha hecho siempre del desprejuicio social, de la contaminación de los personajes, aparentemente aislados en los estamentos sociales, unidos por el deseo de libertad y, sobre todo, de ser felices. Genial el diálogo emprendido, aquí, por una hija con su madre muerta que le habla desde el maletero del coche.
Amar tanto a esa madre que aparece con esas pintas, realmente como un fantasma en vida, rediviva, con esos calcetines, coloca al amor, de una forma muy simple, por encima de cualquier convención.
Saltando el escollo de la inverosimilitud de la sofisticada Penélope Cruz representando a una mujer de pueblo o suburbio y lo imposible del cadáver – más muñeco que cadáver- que arrastra, por momentos, Penélope aparece como una excitante heroína neorrealista.*
Nos quejamos de que Almodóvar exagera y nos colma con sus almodovaradas pero, ¿no está acaso nuestra cotidianeidad empapada de ellas?¿No nos cuenta, la aristócrata romana al salir del estreno, cuántas veces hacen el amor sus vecinos y a qué horas, como escandalizada por los altísimos gemidos y, luego, al llegar a casa, llama a la Jackson para que lo oiga por el móvil, la cual, al encontrarse en las inmediaciones a altas horas aprovisionándose de comida basura, va y sube a su casa y se pone a escuchar también los bramidos amatorios comentando que qué envidia le dan los amantes rugientes?

*No en vano Carmen Maura aparece una noche viendo en la 2 una película de Ana Magnani.

jueves, marzo 16, 2006

Antepasado de uno mismo

Bruno Marcos

Francisco Ayala cumple 100 años, 65 más que yo. Toda mi vida ha sido su vejez, cuando él debería jubilarse nací yo. Al calcularlo, de pronto, me veo muy joven. Leí el otro día que se siente como si fuera un antepasado de sí mismo.
Yo no tengo 100 años pero muy a menudo me siento también como un antepasado de mí mismo. Sin ir más lejos ayer. A Ella la han contratado para dar asesoría legal a una comunidad de vecinos que está tres portales más allá del edificio al que vinimos a vivir desde la ciudad del mar. Estuvimos allí un año o dos de alquiler hasta que terminaron nuestra nueva casa. Total que fui a buscarla, aparqué un poco antes y fui caminando hasta la puerta y me detuve en el portal. Era justo el momento de anochecer. Al final de la calle, muy corta, seguía estando el mismo descampado, pero ayer, en esa tarde de verano regalada en pleno invierno, sobre el descampado, muy abajo y muy cerca, estaba la luna. Apenas tenía que elevar la cara para mirarla, amarillenta y próxima parecía invitarme a tocarla, a saltar y llegar a ella sin esfuerzo, tenía casi una cualidad táctil, epidérmica, parecía que tuviera piel. Me vino a la mente el bellísimo poema de Li Bai, el poeta chino de la dinastía Tang, en el que invita a la luna a beber y a su sombra a bailar antes de que pase la primavera.
No recuerdo haber visto de niño, en esa calle, nunca la luna, sí la nieve, puede decirse que descubrí la nieve en esa calle, mejor dicho, al final de esa calle, donde el descampado la recibía sin abrigo. Mi hermana y yo bajamos a la calle y corrimos hacia la superficie blanca sin saber lo que había debajo hasta cubrirnos hasta los hombros.

Pero ayer... la luna al alcance de la mano, como diciéndome que, aunque todo esté igual, aquella ya no es mi calle, que el mundo y el cosmos han girado hasta alinear la calle de la nieve con la calle de la luna, como diciéndome que no busque ya más a aquel niño, que, verdaderamente, ese niño es ya un antepasado mío.

miércoles, marzo 15, 2006

SIN FUTURO

Bruno Marcos

Nadie parece darse cuenta de que la estrategia para terminar con eta es no hacer nada o, mejor dicho, únicamente dejar caer la idea de que se va a acabar. Al reconocer ellos mismos que quieren liquidar la violencia los púberes, que pensaban afiliarse, no le ven futuro profesional a la cosa, los empresarios, que les daban el óbolo, dejan de pagar a los terroristas, y los presos, que se ven sin libertad y convertidos en asesinos en pos de una causa en extinción, se suicidan. Con todo lo cual el aparato se debilita solo y cuando quieran ponerse a negociar no habrá nada que intercambiar.
Los señores del nacionalismo pacífico son los más urgidos porque se firme esa paz ya que saben que cuanto antes se acuerde más réditos cobrarán.
Muy bien lo sabía el sputnik –redivivo antesdeayer- que, cuando le comentaba que yo no duraría mucho en el arte, que abandonaría, se enfadaba y me decía que eso no, que él sólo se embarcaba con los que pensaban durar siempre, estar en el tajo. Yo remoloneaba porque no quería crecer ni envejecer haciendo el payaso de la manera que te exigía el arte contemporáneo.
Sin saberlo, en otros contextos, él sacaba un argumento demoledor que no acertaba a utilizar correctamente, era una frase que le había enviado Isidoro Valcarce Medina de vuelta a la petición de un texto largo que decía únicamente: “El arte es una cosa que no le sirve al pasado”

*Fotografía Juan Carlos Carbajo

lunes, marzo 13, 2006

Jema el fna


Bruno Marcos
Nuestro rastro es el rastro de su zoco. Innumerables asechanzas viví este verano en el de Marrakech. Dicen que la plaza de Jema el fna es uno de los sitios más intensos del planeta donde se dan cita músicos, magos, domadores o cuentacuentos, venidos tanto del norte como del sur de África. El espectáculo es integral: calor, viento, humo, olores, color, imagen y ruido. Los tantanes suenan allí como sin fin, la humareda de las cocinas callejeras lanza nubes constantemente y, en la penumbra, se crean corros con espectáculos diversos. Tienes que adentrarte por ahí para saber qué es lo que están haciendo y te das cuenta de que ahí, en los corros, hay muy pocos turistas. Una bujía autónoma ilumina desde dentro cada grupo de forma que lo que ves son siluetas silenciosas al contraluz. En uno de estos corros había un anciano con un cayado sobre el que había puesto el cráneo de un cabrito. Hablaba sin parar y, de repente, se enfadaba, se callaba y, a empujones, salía del círculo, como dejándoles la historia a medias. Yo, en árabe, no entendía nada. Después un muchacho elevaba la mano, como ofreciéndole una imaginaria moneda, y el anciano volvía al centro a culminar su historia.
En otro círculo vi que estaban todos en silencio y me acerqué. Por encima de las cabezas observé que se trataba de un grupo de hombres vestidos de negro. En seguida vislumbre algo interesante: uno de ellos era un enano con una gran pandereta. Estaba sumamente enfadado. Ingenuo de mí encendí la cámara y la elevé por encima del grupo de manera y forma que el enano me atisbó al instante y, dando codazos, se abrió paso en dirección a mí. Yo barrunté el conflicto y plegué la cámara –es curioso siempre que se me inicia un conflicto mi reacción instintiva es clausurar las imágenes-. Total que comencé mi huida por la plaza de Jema el fna. Con toda seguridad yo, en aquel momento, era el más alto de esa zona de la plaza y el enano el más bajo y, sin duda, debíamos formar un cuadro cómico al escapar yo y al darme el enano golpecitos en la espalda. Recuerdo su cara enfadada y fea clavada en mí.
Yo encontraba extraordinariamente siniestra la anécdota pero intenté reconvertirla en algo chistoso en una cena con otros turistas españoles. Me costó tener que contarla dos veces para conseguir que estallasen en una carcajada unísona y sólo lo conseguí a cambio de caricaturizarme a mí mismo como un grandón que huía de un enano. Entre los comensales había un ciego. Ya llevaba yo dos días pensando, al verle, en cómo sería hacer turismo siendo ciego, sin imágenes, cuando Ella me dijo: “Qué borde es ese, siempre con las gafas de sol, no te da ni los buenos días”.
El último día se me había antojado comprar un laúd de tres cuerdas como el que tocaba un músico muy delicado y simpático la noche anterior mientras cenábamos en un riad. Un guía espontáneo nos llevó por callejuelas inverosímiles hasta el local de un artesano de la música y el hombre -poco ducho en el regateo- me demandó 30 euros por la guitarrita. Le pedí disculpas con la mano puesta en el pecho y le dije que había habido una confusión y nos fuimos. De entre las callejuelas salía ofreciendo el instrumento musical por diez euros menos cada vez. Yo le pedía disculpas de nuevo y seguía huyendo, al final me ofreció el laúd llorando por 6 euros, miré al guía espontáneo e hizo un gesto afirmativo. El viejito luthier marroquí quedó gimoteando.
Al día siguiente, por una calle también inverosímil de ese zoco, un fuerte rasponazo me hirió una pierna, me volví extrañado y, entre una masa ingente, dos burros, seis bicicletas, cuatro perros y una carretilla, pasaba un coche atropellándome. Hice gesto de clamar al cielo y me fui. Por las siguientes callecitas, el del coche me seguía y me pitaba y, cuando me volvía, el conductor se agachaba para verme por la luna y, sonriendo, bajaba la cabeza con las manos en posición de estar rezando y me lanzaba besos.

domingo, marzo 12, 2006

EL RASTRO ZEN

Bruno Marcos

El rastro es una especie de derivación semántica de la ciudad. Uno de esos sumideros tan inquietantes como la periferia o el solar. Nunca me gustó demasiado pero siempre ha habido gente a mi vera que me ha arrastrado a él de forma esporádica con un motivo u otro . Para nuestra generación, tan dañada colateralmente por las postrimerías de la movida y su mitología noctívaga, el rastro, se convirtió, desde la adolescencia, en un paseo un poco siniestro y resacoso, en el que nuestra propia cara, palidecida por el trasnoche, nos convenció de permanecer en la cama hasta las dos de la tarde de los domingos.
Hoy me he dado cuenta de que el rastro serpentea y crea una desviación muy peculiar hacia el río, en un ángulo curvilíneo cuyo vértice es el puesto más digno de antigüedades. A medida que te alejas de él y vas hacia la ribera del río las antigüedades devienen en cacharros oxidados, trastos polvorientos, que, al finalizar la mañana, acabarán seguramente en el contenedor de la basura.
Una señora pregunta cuánto mide el cabecero de una cama con la madera rajada y lleno de mierda. El gitano responde que está muy mal pero que, por el precio que la vende él, está bien. En eso me suena el móvil y A. me dice que si estoy viendo a Fernando Alonso o no sé qué de carreras de coches, yo le digo que estoy en el rastro, él me echa en cara que cómo me puede extrañar que me llame demodé. En ese instante se me acerca la airada y quiere que cuelgue para hablar con ella. Se contenta con pincharme con el dedo en la barriga insinuando que he engordado. Le digo a A. que David Loss me ha invitado a su concierto, le pregunto si va a ir. He visto que lo reseñan como nihilismo zen y eso me inquieta.
Hay muchachos con cara de resaca. Otro gitano le dice a su ayudante que cuando llegue a casa se va meter una siesta que va romper la cama.
Por la tarde nos sentamos a comer un pastel viendo la catedral, esa montaña de piedras que todos debemos cuidar pero que sólo Dios habita. Llego a casa de mis padres con tiempo para ir luego al concierto de nihilismo zen, pero me enredan, salen los papeles de nunca acabar con las herencias de mi madre y me fascina su línea del tiempo fracturada. Alguien, atrincherado en un catastro o algo así, exige que mi abuelo Melchor, desde ultratumba, demuestre que su casa era su casa. ¿Acaso hay una manera más directa de permanecer en la memoria, de dejar rastro, rastro zen?

sábado, marzo 11, 2006

11-M




















Bruno Marcos

como si no hubiera
ya viento
en la tierra

pronto es nunca

agua de cueva
remonta por la brea

hasta aquí
hasta tu tú

flores al dios
del árbol

de dónde
asciende el mundo
a este silencio

cielo de aceite
y suelo de cielo



11-M: Poemas contra el Olvido
Libro Colectivo
Bartleby Editores
MADRID
Los ingresos obtenidos por la venta se destinan a la Asociación de Víctimas del Terrorismo

viernes, marzo 10, 2006

LA POBREZA


Bruno Marcos

¿Qué hay en la pobreza que fija nuestra mirada y, a veces, nos fascina hasta encontrar en ella algo más que miseria?¿Acaso creemos rozar la verdad cuando paseamos entre ella? ¿Será simplemente el drama, la súbita seriedad frente a la superficialidad de todo, o algún recóndito recuerdo, algo atávico?
En un puerto español hay cinco barcos rusos olvidados por sus armadores, sus tripulaciones siguen viviendo en ellos y saliendo esporádicamente a hacer algún trabajo y a por víveres. No quieren volver así, sin nada, a sus hogares y llevan más de cuatro años atracados en un rincón de ningún sitio como si estuvieran perdidos en alta mar. El más solícito a mostrar su vida es un cocinero escuálido y viejito que vive como en un cuento dando vueltas a un olla de potaje. Pone en el vídeo de su camarote una película musical viejísima y en ruso. Se vuelve hacia la cámara y canta al unísono, de memoria, lo que el pequeño televisor reproduce. La reportera le pregunta: “¿Cuántas veces habrá visto usted esa película?” Y él responde sonriendo, dando cabezadas afirmativas y feliz. Parece que fuera un alma cultivada por un tiempo dorado de la Unión Soviética. Rusia debe ser como nosotros hace cuarenta años, un país, en el fondo, refinado, que sabe que hay arte y belleza en el mundo pero que ha caído en la miseria arrastrando a ella a seres muy sensibles, seres que, en otros lugares, estarían destinados a tener vidas regaladas.
Existe esa pobreza sumamente literaria, la de la decadencia, la del fin de las razas aristocráticas y la otra, la de, por ejemplo, India, donde una felicidad inconsciente aparece por doquier, en el rostro de quien no tiene nada. ¿Será la libertad absoluta, el no trabajar, el no sentirse discriminado porque casi todo el mundo es pobre? Pero, ¿qué nos atrae a nosotros, al turista occidental, de ello?¿No será, tal vez, la rotundidez del lugar, lo inalterable del sitio en el que la miseria instaurada imposibilita que nada cambie, que ese lugar entrevisto apenas unas horas -las callejuelas de Benarés por ejemplo-, permanecerá así, igual que hace mil, dos mil, tres mil años, porque no hay dinero, porque la pobreza lo mantiene intacto?

jueves, marzo 09, 2006

EL PEZ*

Bruno Marcos

Ayer, al lavar la pecera, observé una grieta en el cristal y decidimos trasvasar a su inquilino a un jarrón mientras comprábamos otra pecera. Como era sábado, pensamos que no habría problemas en esperar hasta el lunes, pero, hoy, al levantarnos, flotaba inerte con su ojo de pez abierto hacia el abismo.
Dicen que los peces apenas tienen memoria, que sólo recuerdan dos o tres minutos antes. ¿Sería, tal vez, nuestro pez, el ser más tonto del planeta, moriría sin recordar que hacía apenas unas horas le habíamos cambiado su casa de agua por una mucho más pequeña, sin recordar nada de nuestra vida juntos?
Lo devolvimos a su pecera rajada y ahora seca, él iba con su poca de agua siempre al lado, el charquito que su cuerpo manaba por haber vivido siempre sumergido.
No fue feliz su vida, yo no le tuve afecto hasta que ha muerto, incluso hablaba con desprecio de su resistencia y llegué a acusarle de ser el causante de la muerte del otro pez, su compañero, por glotonería o canibalismo. Obsesionado por comer vivía en su esfera de cristal, día tras día, esperando esas migajas de colores y olor fétido que apenas dejaba flotar unos segundos sin zamparlas.
Llevaba ya seis meses solo. No recuerdo su nombre, no sé si hoy ha muerto yo o , que fueron los nombres que les pusimos. Ella introdujo una estrella de cristal azul de las que había en el fondo de la pecera que habría de ser, ahora, su mortaja.
Luego, frente al contenedor de plástico verde, nos dio pena tirarlo como basura. Fuimos al parque que tiene un estanque con más peces, a fin de cuentas, vivió en el agua y es natural que vaya su cadáver al agua. Sobre un puentecito de madera, entre palmeras enanas, en la zona más reservada del estanque lo arrojamos, la estrella de cristal azul se fue al fondo pero el pez flotó, con su ojo de pez enorme, muy abierto, quedó de lado mirando al cielo blanco y plano de un día de invierno, un cielo que nunca el pez había visto, un cielo hacia donde los peces no sueñan en volar. Una pequeña corriente dada por un surtidor lejano le hacía perderse bajo el puente, entonces me di cuenta de lo hermoso que era, que tenía el cuerpo casi totalmente transparente y las aletas naranjas, y entendí que hasta el ser más tonto de la tierra puede ser hermoso y puede ser amado.

*Emitido el 8 de Marzo de 2006 a las 19 horas en DobleV radio. FM 100.3. León.

sábado, marzo 04, 2006

Arte contra la polis*


Bruno Marcos

La ciudad ha sido, desde siempre, una de las principales preocupaciones intelectuales de sus habitantes; ya, en la Grecia Clásica, Platón concibió su ciudad ideal, posteriormente, en el Renacimiento, Filaretas diseñó la Sforzinda y, en 1593, se comenzó Palmanova. Más cerca de nuestros días Sant´Elia, entre 1912 y 1914, realizó sus dibujos premonitorios de la ciudad futurista y Le Corbusier, en 1922, trazó las líneas de la urbe postmoderna.
En estos últimos años las ciudades han vuelto a ocupar un lugar central en el pensamiento de arquitectos, filósofos, artistas, sociólogos, cineastas y urbanistas. Pero no solamente se analizan, hoy, las urbes de una forma abstracta sino que se ven como un espacio codiciado, un sitio objeto de deseo y abierto a su reescritura y significación; se ha comenzado a pensar en ellas como un lugar de lo posible.
Si las ciudades antiguas, medievales o modernas, tenían diseños claramente dirigidos por determinadas oligarquías, en la postmodernidad, asistimos a una pugna entre las formas que produce la especulación del suelo y las que la sociedad desea darse a sí misma.
Una serie de esculturas colocadas en la calle o en las plazas es lo que, tradicionalmente, hemos estado llamando arte público y, este, ha funcionado siempre como un comodín. Estas esculturas, como pertenecientes a una colección de objetos susceptibles de ingreso en la Historia del Arte, ofrecen un componente legitimador que ancla la cartografía urbana trazada por la lógica del grupo dominante.
Sin embargo, hoy, se vuelve urgente la revisión de esta noción de arte público, en tanto que este concepto de lo público ha ido más allá de las acepciones ilustradas de universalización del disfrute del arte hasta alcanzar regiones de interacción, donde el espectador, ya, no es un agente pasivo.
El arte público que seguimos padeciendo, ya sea figurativo, abstracto o minimalista, es un arte, todavía, descendiente de lo monumental. Lo que se plantea en él es el arte como recurso para la reafirmación del trazado urbanístico, o, mejor dicho, del secuestro de la urbe. Como colofón a una obra se establece el principio legitimador del arte, se coloca un adorno que confirma las cualidades de una zona o de un barrio.
En el caso de nuestra ciudad la inexistencia de una vertebración de las políticas culturales genera esporádicas actuaciones de este tipo. De vez en cuando esculturas de tipo monumental, más o menos disfrazadas de modernas, aparecen para reafirmar un principio, un tipo de ciudad, la ejecución de una obra y, por ende, una forma de actuación, de administración del espacio público a espaldas del ciudadano.
De entrada, estas obras, no son modernas porque no aplican los principios de la Modernidad que exigen el uso de una racionalidad negativa, es decir crítica. Estas obras nacen a la iconosfera, a lo visible, de manera afirmativa, no se quieren someter a debate ni generar otros debates de orden simbólico y se presentan como un hecho, un hecho consumado, algo real que aspira a ser algo verdadero, que aspira a erigirse en principio estético y lo único que hacen es coronar una política o, lo que es peor, una ausencia de ella. Estos objetos –aparentemente artísticos- silencian la opinión de la mayoría y ocultan, con un grosero maquillaje, las enfermedades de la ciudad.
¿No podríamos –deberíamos- utilizar el arte público en otros sentidos, probar, por ejemplo, precisamente, a poner al desnudo las patologías de la urbe, a alterar las cualidades negativas de un barrio no con un supuesto embellecimiento intrascendente y evasivo sino con una propuesta intelectual y crítica; o, por ejemplo, probar a inventar un arte público para la periferia, para los arrabales –antes de que estallen como ocurrió recientemente en París-, o a lanzar vínculos que comuniquen a los ciudadanos. No sería, acaso, la creatividad, la imaginación, el vehículo más eficaz, rápido y barato, para rediseñar la experiencia psíquica de la ciudad?
Hace tiempo que los grandes centros de producción de arte moderno internacional han comenzado a desarrollar laboratorios de arte urbano en los que se pretende devolver el arte a la esfera de lo público, es decir, dar el arte a la gente de forma que las propuestas sean de participación intelectual del espectador.
Las duras críticas que reciben las esculturas de nuestra ciudad -incluidas las últimas, que pervirtieron los impulsos renovadores para ser más de lo mismo-, surgen a partir de la invertebración de la política cultural. Lo cuestionable no es, sólo, la aparición de una escultura más que no nos guste y que nadie ha pedido, una escultura que sólo sea decorativa, que no otorgue a nuestra ciudad el derecho a que caminar por ella sea una experiencia estética e intelectual, sino, también, el derroche económico –disparate- que se produce en cada una de estas actuaciones, el despilfarro de un dinero que una ciudad como esta debería destinar a racionalizar su producción cultural. Cualquier actuación en estos términos coloca al arte no a favor sino en contra de la polis.

* Artículo aparecido el 4 de Marzo de 2006 en Tribuna del Diario de León.

viernes, marzo 03, 2006

TODA MI FAMILIA FILOSOFA (3)


Bruno Marcos

No sé si es solamente nostalgia. En la fotografía del antepenúltimo envío aparece mi familia, el fotógrafo era mi padre, en un tiempo anterior a que yo naciera. ¿Cómo se calificaría esa curiosidad retrospectiva?¿Nostalgia de antes de existir?
El legado filosófico de mi madre es aparentemente realista, sin embargo, encubre una visión muy precisa, mejor dicho, una visión afectada de las cosas.
Ha practicado siempre una especie de aristocratismo proletario pudiéndose permitir el lujo de –para olvidarse de nosotros- socorrer, mediante su militancia en la Legión de María, de la soledad o de las inclemencias de la vida a sus iguales. A decir verdad mis ideas políticas, tal vez, sean una sombra de eso. Mucho más incapaz que ella de levantarme del sofá para ayudar a nadie sí que he tenido, como ella, una cierta empatía con los sufrientes de la que sólo he sacado ponerme, a ratos, un poco triste. No ha sido ajena ella a una corriente muy hispana de hermanar a Marx con Jesús y a la que creo, al final, –sobre todo en semana santa- tenderé yo mismo.
Cuenta cómo se arrepiente de haber procesionado hasta un puente al lado de su pueblo donde los lugareños habían encontrado a un paseado con la tapa de los sesos levantada. Siempre me llamó la atención que repetía esa frase, nunca era con un tiro en la cabeza o algo así, sino con la tapa de los sesos levantada como si ella hubiera entendido, ante ese horror, que la cabeza era una caja cuya tapa se podía levantar. Concluye siempre diciendo que lo pasó muy mal esa noche y otras y que se preguntaba para qué habría ido. Aquella imagen debió grabarse en su cerebro infantil a fuego hasta el punto de considerar necesario transmitirla a sus hijos. Muy humildemente parecía decirnos en lugar de luchad contra el horror más bien nunca vayáis a ver el horror, por más que os insistan en que es un espectáculo.
De ella me debe venir esa indeterminación, ese escepticismo.
Otra cosa que cuentan míticamente es la picardía de mi abuelo materno para, en el momento de jurar bandera, arrimar los labios sin besarla, eludiendo –ingenuamente- el compromiso de morir por la patria. Eso no le inhabilitó para guardar a un rojo en el piso de arriba de su casa en los principios de la guerra sin consultar a nadie y produciendo la creencia, en mis tíos y tías, de la presencia de ruidosos espíritus. Un día llegó el padre del rojo y le dijo que se fuera que mi abuelo, al no ser familia suya, escondiéndole se exponía a pena de muerte. Por lo visto esto tampoco le inhabilitó para que, después, la cancioncilla del cara al sol le hiciese gracia y la entonase sin pararse a pensar –eso creo- muy bien lo que significaba, sobre todo lo de si te dicen que caí , teniendo en cuenta sus reparos juveniles a comprometerse en caer mediante el reglamentario beso a la bandera.
De ahí hasta mis infladas repuestas que, de adolescente, espetaba al primero que se me cruzaba como yo soy carlista por estética parafraseando -sin decirlo- a Valle o mi fascinación estética, en la infancia, -mea culpa- por la parafernalia nazi.
La filosofía de mi madre se resume en dos frases , una “Primero gánate el pan y, luego, ya te dedicarás al arte” y “Nunca te metas en política. Ya viste lo que le pasó al pobre Lorca”. La primera solía acompañarla de una descripción deprimente de la mala vida que los artistas han llevado siempre por las buhardillas, lo cual me intriga, pues ¿dónde vería ella eso de las buhardillas, no creo que haya visto La Boheme? En fin que esa premisa la he acatado, la acato, como Machado, ...al final nada os debo, me debéis cuanto he escrito, a mi trabajo acudo, con mi dinero pago el lecho en donde yago y la mansión que habito...
La segunda de sus máximas me inquieta más, a veces pienso que describe muy bien el país que tenemos donde la libertad pende aún -bajo otras formas- del fusil o del hambre.
De Lorca, como del anónimo paseado, creo que la conmueve su languidez, inexplicable tras la violencia, el asesinado junto al reguero con la tapa de los sesos levantada, abierta al azul infinito de un día cualquiera de una niña cualquiera; y Lorca -como en la serie lo recuerda ella- mirando hacia atrás mientras da los pasos de un paseo que sabe que le lleva a la muerte.